Conformismo que nos está matando
escrito sometido por 'Salpa Fuera'
Trabajo en barro por Reynaldo Real, joven artista puertorriqueño de Bayamón. Foto: Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto de Ponce.
Como cuando los taínos ahogaron a Diego Salcedo, así me siento yo cuando observo algunos eventos de nuestra vida diaria y me doy cuenta de lo engañados que vivimos. Me pregunto a dónde fue a parar esa aventurera sangre indígena que se arriesgó al desafío, o si se ha perdido irremediablemente y se convirtió con el tiempo, bajo los siglos de esclavitud y opresión, en un conformismo fútil que nos está matando.
Así me sentí yo, como si un relámpago me alcanzara, cuando observé la siguiente escena de vivienda suburbana: un niño combinaba el “sano entretenimiento” con las tareas domésticas del hogar. El chico arrojaba desde una terraza las bolsas de basura de su casa al frente de la marquesina, tratando de “encestarlas” en el zafacón soterrado. Mientras tanto, un hermanito abajo velaba porque éstas cayeran dentro del trasto y si éste no era el caso, las ponía dentro del mismo. Por supuesto, en esta escena el reciclaje brillaba por su ausencia. Me cercioré entonces de que probablemente la razón por la cual el “juego” continuaba es porque no tiene un parque de pelota ni cancha de baloncesto cerca, no tiene ni dónde poner un canasto para practicar uno de los deportes más admirados del país porque la marquesina es un parking comercial, no existe el transporte público o quién lo lleve hasta una cancha y quizás simplemente no existe esa cancha pública que le permita divertirse. Probablemente se encuentra sin sus padres en su casa, que estarán en el típico tapón vespertino, o éstos están demasiado ahogados en sus propios problemas como para llevarlo a distraerse. No tendrán ni las ganas, ni el dinero, ni el tiempo para educarlo y dejarle saber que debemos reciclar y llevar, no arrojar, los desperdicios (que eran muchos) a su lugar.
Lo más sorprendente de esta historia es que como puertorriqueños nos jactamos de ser “de lo mejorcito” del Caribe. Y lo digo porque todos conocen que el comentario de parecer “dominicano” se utiliza con la intención de desprecio y vejación. Sin embargo, he aprendido que los dominicanos se están ganando fama de buen servicio en algunos lugares, como ejemplos, buena peluquería o buena comida. Véase el caso de Bebo’s en Santurce-Condado, qué “exitaso” es ese lugar, ¡cómo comemos hasta chuparnos los dedos! Y me han dicho que es prácticamente 100% República Dominicana, para que lo sepan.
Miramos también con desprecio a Centro América. ¡Pero si es lugar de guerrillas (aunque eso ya haya terminado) y tenemos nosotros un presupuesto que miniaturiza el alcance económico de estos países! Pero ya quisiéramos nosotros tener el valor de hacer lo que ha hecho una Costa Rica, que un buen día convirtió todos sus cuarteles militares en escuelas, eliminó el ejército y es la envidia de Latinoamérica en el ámbito del ecoturismo y la conservación. Con mucho menos capital han sabido manejarse, inventarse y reinventarse, para convertirse en modelo y ejemplo a seguir, en el Caribe, Latinoamérica y a nivel mundial.
Tenemos la costumbre de despreciar todo lo que nos rodea, porque ni de Estados Unidos podemos fiarnos más, ¡tan sólo ver su política extranjera y ambiental! Tendemos a compadecer la pobreza más extrema, los países donde los niños hurgan en los vertederos para encontrar recursos, sea ropas, artefactos o quién sabe si alimentos. Pero mirémonos nosotros mismos, con sinceridad, fortaleza y ánimo de crítica. ¿No somos nosotros los que pronto, como el niño que “juega” a encestar las bolsas de basura generadas por su “hogar”, los que estaremos hurgando en esa miseria?
Si nos llega por mar la mayoría de lo que consumimos, ¿cómo pensamos superar una crisis, mantener una identidad, sobrevivir en una emergencia? Nos hemos acostumbrado a recibir un torrente infinito de recursos del exterior, y procesarlos, a través de un consumismo exagerado, en desperdicios como voraz máquina devoradora. Parte de las entrañas de esta máquina somos los consumidores comunes y corrientes. Parte de este monstruo es el gigantismo gubernamental, un Goliat aterrador pero ineficiente. Parte de este ente maligno es la corrupción que nos carcome cual termita, silenciosa y casi invisible, pero devastadora.
Quisiera encontrar palabras más bellas para decirlo, pero no las hay. A veces nos hace falta un golpe muy fuerte para reaccionar. O es que simplemente nos movemos muy lento, como el caracol, cuando debemos ser como la liebre: dispuestos, ágiles, oportunos. Dejemos de comer m*****, porque de seguir así, nos encontraremos jugando con la basura.
Que cada cual saque al cacique que lleva dentro y dé lo mejor por su isla ahora, como si fuera el siglo XV y nos fueran a invadir mañana. Lo triste de este caso es que los enemigos los tenemos ya aquí, dentro de nuestras propias murallas. Hay que romperlas, expulsar los demonios y transformar a nuestra Isla para devolverle su Encanto.
Este escrito fue sometido por 'Salpa Fuera', 12.03.06.
escrito sometido por 'Salpa Fuera'

Como cuando los taínos ahogaron a Diego Salcedo, así me siento yo cuando observo algunos eventos de nuestra vida diaria y me doy cuenta de lo engañados que vivimos. Me pregunto a dónde fue a parar esa aventurera sangre indígena que se arriesgó al desafío, o si se ha perdido irremediablemente y se convirtió con el tiempo, bajo los siglos de esclavitud y opresión, en un conformismo fútil que nos está matando.
Así me sentí yo, como si un relámpago me alcanzara, cuando observé la siguiente escena de vivienda suburbana: un niño combinaba el “sano entretenimiento” con las tareas domésticas del hogar. El chico arrojaba desde una terraza las bolsas de basura de su casa al frente de la marquesina, tratando de “encestarlas” en el zafacón soterrado. Mientras tanto, un hermanito abajo velaba porque éstas cayeran dentro del trasto y si éste no era el caso, las ponía dentro del mismo. Por supuesto, en esta escena el reciclaje brillaba por su ausencia. Me cercioré entonces de que probablemente la razón por la cual el “juego” continuaba es porque no tiene un parque de pelota ni cancha de baloncesto cerca, no tiene ni dónde poner un canasto para practicar uno de los deportes más admirados del país porque la marquesina es un parking comercial, no existe el transporte público o quién lo lleve hasta una cancha y quizás simplemente no existe esa cancha pública que le permita divertirse. Probablemente se encuentra sin sus padres en su casa, que estarán en el típico tapón vespertino, o éstos están demasiado ahogados en sus propios problemas como para llevarlo a distraerse. No tendrán ni las ganas, ni el dinero, ni el tiempo para educarlo y dejarle saber que debemos reciclar y llevar, no arrojar, los desperdicios (que eran muchos) a su lugar.
Lo más sorprendente de esta historia es que como puertorriqueños nos jactamos de ser “de lo mejorcito” del Caribe. Y lo digo porque todos conocen que el comentario de parecer “dominicano” se utiliza con la intención de desprecio y vejación. Sin embargo, he aprendido que los dominicanos se están ganando fama de buen servicio en algunos lugares, como ejemplos, buena peluquería o buena comida. Véase el caso de Bebo’s en Santurce-Condado, qué “exitaso” es ese lugar, ¡cómo comemos hasta chuparnos los dedos! Y me han dicho que es prácticamente 100% República Dominicana, para que lo sepan.
Miramos también con desprecio a Centro América. ¡Pero si es lugar de guerrillas (aunque eso ya haya terminado) y tenemos nosotros un presupuesto que miniaturiza el alcance económico de estos países! Pero ya quisiéramos nosotros tener el valor de hacer lo que ha hecho una Costa Rica, que un buen día convirtió todos sus cuarteles militares en escuelas, eliminó el ejército y es la envidia de Latinoamérica en el ámbito del ecoturismo y la conservación. Con mucho menos capital han sabido manejarse, inventarse y reinventarse, para convertirse en modelo y ejemplo a seguir, en el Caribe, Latinoamérica y a nivel mundial.
Tenemos la costumbre de despreciar todo lo que nos rodea, porque ni de Estados Unidos podemos fiarnos más, ¡tan sólo ver su política extranjera y ambiental! Tendemos a compadecer la pobreza más extrema, los países donde los niños hurgan en los vertederos para encontrar recursos, sea ropas, artefactos o quién sabe si alimentos. Pero mirémonos nosotros mismos, con sinceridad, fortaleza y ánimo de crítica. ¿No somos nosotros los que pronto, como el niño que “juega” a encestar las bolsas de basura generadas por su “hogar”, los que estaremos hurgando en esa miseria?
Si nos llega por mar la mayoría de lo que consumimos, ¿cómo pensamos superar una crisis, mantener una identidad, sobrevivir en una emergencia? Nos hemos acostumbrado a recibir un torrente infinito de recursos del exterior, y procesarlos, a través de un consumismo exagerado, en desperdicios como voraz máquina devoradora. Parte de las entrañas de esta máquina somos los consumidores comunes y corrientes. Parte de este monstruo es el gigantismo gubernamental, un Goliat aterrador pero ineficiente. Parte de este ente maligno es la corrupción que nos carcome cual termita, silenciosa y casi invisible, pero devastadora.
Quisiera encontrar palabras más bellas para decirlo, pero no las hay. A veces nos hace falta un golpe muy fuerte para reaccionar. O es que simplemente nos movemos muy lento, como el caracol, cuando debemos ser como la liebre: dispuestos, ágiles, oportunos. Dejemos de comer m*****, porque de seguir así, nos encontraremos jugando con la basura.
Que cada cual saque al cacique que lleva dentro y dé lo mejor por su isla ahora, como si fuera el siglo XV y nos fueran a invadir mañana. Lo triste de este caso es que los enemigos los tenemos ya aquí, dentro de nuestras propias murallas. Hay que romperlas, expulsar los demonios y transformar a nuestra Isla para devolverle su Encanto.
Este escrito fue sometido por 'Salpa Fuera', 12.03.06.
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